Siempre me burlé de tus gustos musicales, te hacia llorar.
¿cómo se puede llorar por ello? Ahora que no estás, escucho las canciones que
tanto insistías en que escuchara, ¿ironía?
Lo más irrelevante fue prometer que jamás en la tinta de mis
intentos de letras estarías, siéntete cómodo, sigues apareciendo en ellas y en
cada melancolía del día. Eres un mal necesario, supongo, por el momento. Lo peor:
Si nos vemos, actuamos como si la farsa del desconocimiento del otro permitiera
aliviar este daño.
Sufro en putrefacción cautiva. He intentado cultivar mi
mente, fortalecer mi cuerpo, dormir y defecar en santa calma, ¿por qué sigo así?
Recuerdo que dejaste de escuchar nuestra música favorita
porque te recordaba a mí, ¿tendré que negar la existencia de las cosas que una
vez nos hicieron felices y que ahora son un insulto a la lógica de la felicidad
forzada?
Dejé de fumar… por breve tiempo, en cada cigarrillo te
aspiraba e ibas penetrando cada célula sana de la corporalidad que ahora está
sentada escribiendo este mal intento de memoria. Retomé.
No he vuelto a pisar tu calle desde hace casi seis meses,
pensar en la sombra de tu desequilibrado ser asaltar de repente mi calma hecha
a gritos me llena de pánico. No salgo. Me aislo. Volví a hacerlo. Bienaventurados
mis amigos que a causa de obligadas marchas me han sacado de mi casa.
Tampoco te he visto. Ojalá estés bien. Ojalá en un futuro
pueda decirte: “hola” o escribirte algo sin ser tan cobarde, sin sentirlo en
carne viva.
Apagaré la música, tu recuerdo invade la habitación, me
asfixia.... pero ¿deseo respirar?
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