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De perfiles y otros vicios.

 No debo revisar perfiles de personas que no conozco, aunque es grande la tentación. Entiendo que las redes sociales son una extensión más de la ficción, podemos inventar la vida del intelectual o del viajero que siempre quisimos tener aunque el único libro que hayamos leído fuese El Principito. Está en nosotros el decidir qué queremos mostrar y cómo lo queremos representar.

Peeeero, esta entrada no es una apología de la ficción, es más un recordatorio: NO hacer conjeturas de la vida de las personas de los perfiles que veo en internet. NO, repite conmigo, ¡NO! Porque es normal autosabotearse al ver que la morra que fue aceptada en la convocatoria (quien además de bella, tiene amigos y sabe escribir), es mucho mejor que yo o que el tipo galán es médico, nieto y sabe cocinar, puede ser la pareja ideal.

Estamos rodeados de imágenes, en términos domingueros, vivimos en una iconósfera en la que predominan los elementos visuales por encima de los escritos. La verdad, por consiguiente, es fabricada y alterada, ya que como dice el dicho "Ver para creer" (o "Lo que se ve, no se juzga"), en nuestra ingenuidad y debido a la extinción del pensamiento crítico, somos presas de engaños, los que van desde el político honesto hasta la familia perfecta que publicó nuestra vieja amiga de la secundaria.

La cuarentena, por consiguiente, ha despertado mi lado más ocioso y curioso. Me gusta ver perfiles de desconocidos e imaginarme su vida, más de diez veces se me ha salido la envidia: "¡Esa debería ser mida!", "él debería ser mi novio", "ese concurso lo pude ganar"... Termino con más ansiedad y depresión que cuando inicié porque yo estoy sentada en la sala de mi casa (o en el trono, porque una reina también defeca) sin bañarme y en ayunas, fabricando castillos en el aire con base en imágenes de personas a las que jamás veré en persona. 

(Aunque yo también lo he hecho, no lo niego).

Sacié mi sed de exploración y aumenté la decepción que siento de lo que soy. Quizá en un arranque de furia y voluntad, me vuelva iconoclasta, no lo sé...

¿Qué más puedo decirles? Es un vicio y un placer ser voyerista de la vanidad.



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