No he escrito porque he estado marchita.
La calma pesa más que la tempestad.
Resilientes los años pesan y ahogan en profunda melancolía las barcas de la esperanza.
La muerte, el dolor y la enfermedad azota al mundo. Somos un llanto colectivo, víctimas y victimarios que esperan alivio y sueñan con el fin de la pandemia.
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¿Para qué escribo? ¿Por qué escribo? Si soy un fracaso, una gran nada, un vacío, un silencio. Intento de todo, despertar con el corazón henchido de emoción por el nuevo día, probar una y otra vez, trabajar y esforzarme. Siempre pierdo, nunca gano. A fin de cuentas , ¿qué es el éxito y qué es el fracaso?
Me duele pensar que la escritura es la única meta, el único fin que he perseguido desde que aprendí a leer. Algunas nacemos para nunca salir de las sombras, para imaginar la bonanza en los días venideros, y ser como Villamil (muy a la Galdós), unas optimistas disfrazadas con la piel de la pesimista.
En cada resignación se esconde, tímida y vagabunda la esperanza del mañana.
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